Como flores inmortales, han
llegado hasta nosotros sobre el océano del tiempo, y su rareza o hermosura
traen a nuestra imaginación el ensueño y el cuadro de un mundo desconocido,
donde el hombre no existía; y cuando ellas perecen, algo de la alegría se
pierde y el sol cede algo de su brillo. Así se refería a las aves Guillermo
Enrique Hudson, el consagrado escritor y primer ornitólogo argentino, que en la
chacra familiar Los Veinticinco Ombúes, hoy en el partido de Florencio Varela,
llegó a presenciar los destellos dorados de las bandadas de tordos amarillos.
En la actualidad, esa imagen es imposible. El tordo amarillo (o chopí sayjú
para los guaraníes), pese a ser uno de los símbolos alados del Mercosur, se
encuentra extinguido en la provincia de Buenos Aires (en los tiempos de Hudson
llegaba hasta la localidad de Pigüé) y se ha convertido en una rareza en el
resto de las pampas. Un cambio acelerado en el uso de la tierra (actividades
agroganaderas intensas, plantaciones con monocultivos, urbanizaciones no
planificadas y el uso indebido de plaguicidas) está poniendo en jaque no sólo a
esta ave, sino también a una gran cantidad de especies de la flora y la fauna
nativas.
Pero son las aves, sensibles
indicadoras de la salud de los ambientes, las que mejor reflejan lo que le pasa
a la naturaleza en estas latitudes.
Por lo pronto, unas 24 especies
de aves pampeanas argentinas figuran en alguna de las categorías de amenaza a
nivel mundial, según estadísticas de la asociación Aves Argentinas. "La
mayoría de las poblaciones de aves típicas de los campos –pastizales del norte
de Corrientes y sur de Misiones– y las pampas –pastizales templados del Sur–
declinaron de manera notable o están muy fragmentadas", destaca el doctor
Rosendo Fraga, luego de varios años de estudios en la zona. Fraga, investigador
de esa entidad ambiental que cumple 88 años, estudió especies como el tordo
amarillo, el yetapá de collar y la monjita dominica. "Por la masiva
conversión de los pastizales naturales en tierras de cultivo durante todo el
siglo XX, el drenaje de humedales, la intensificación de la agricultura y el
avance de la silvicultura quizás hayan disminuido su distribución geográfica
entre el 30 y el 50%", señala. Ante esta situación, la suerte del tordo
amarillo tiene pronóstico reservado.
En el caso de este colorido
pájaro, los números de sus poblaciones confirman la tendencia: 7000 ejemplares
en todo el mundo y apenas unos 1000 en la argentina, donde están arrinconados
en un puñado de sitios en el sur de entre ríos, el nordeste de corrientes y el
sur de misiones. Ninguno de esos lugares está debidamente protegido y no hay
parques nacionales que lo contengan en sus listados de especies. Algo similar
ocurre con las poblaciones, aisladas entre sí, del sur de Paraguay, el sudeste
de Brasil y Uruguay. Por esto, birdlife international lo considera vulnerable a
nivel internacional, pero en el libro rojo de aves de la argentina se estima
que se halla "en peligro", una categoría aún más preocupante.
El esfuerzo internacional por su
salvaguarda se concentra, en principio, en detectar zonas donde está presente y
generar allí acciones de conservación. Adrián Di Giacomo coordina el Programa Áreas de Importancia para la conservación de las aves, de Aves Argentinas, que
promueve la identificación y la protección de sitios valiosos. "La cuenca
del río Aguapey, en el nordeste de Corrientes, y los campos inmediatos a
Gualeguaychú, en el sur de Entre Ríos, son los sitios con poblaciones más
importantes para conservar el tordo amarillo en la Argentina", indica Di
Giacomo. Ambos lugares fueron declarados áreas internacionales de importancia para
la conservación de aves. "Si en el corto plazo no se protegen estas áreas,
estaremos exponiendo a una extinción segura al tordo amarillo y al menos a
otras cuatro o cinco especies", advierte el especialista.
"El gran desafío es
planificar el uso del suelo de las pampas considerando todos los atributos del
paisaje", apunta Santiago Krapovickas, director de conservación de Aves
Argentinas y coordinador de un proyecto de defensa de los pastizales del Cono
Sur. Es imprescindible que prácticas tales como el calendario del uso del
fuego, la rotación del ganado y la actividad forestal en general se adapten en
función de la conservación de la biodiversidad.
"Una alternativa –dice
Krapovickas– sería desarrollar incentivos de mercado para los productores
agropecuarios que conserven los pastizales, como la denominación de origen o la
certificación de «ecológico» para productos de la región (carnes, lácteos,
cueros)."
Sin duda, producir conservando es
el mejor negocio para el país y su biodiversidad, en la que brilla el tordo
amarillo.
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